“Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. En el Bautismo, que representa nuestro nacimiento a la vida cristiana, cada uno vuelve a escuchar la voz que un día resonó a orillas del Jordán: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco (Lc 3,22); y entiende que ha sido asociado al Hijo predilecto. Saboreemos esta verdad al pensar en nuestro Bautismo y procuremos no olvidarla. Es bueno preguntarnos si recordamos la fecha de nuestro Bautismo, si tenemos dialogo con nuestros padrinos o si nos acordamos de nuestros ahijados. Todos somos hermanos en Jesús por el bautismo y esa fraternidad la debemos acrecentar.
Desde el día de nuestro Bautismo, el Espíritu Santo que descendió también a nuestro corazón va labrando en él la imagen de Jesús. Si somos dóciles a esa acción del Espíritu Santo y que se manifiesta en impulsos de una mayor generosidad con Dios y con quienes nos rodean, en una lucha más seria en nuestra vida, iremos poco a poco pareciéndonos cada vez más a Jesucristo, haciéndonos una sola cosa con Él, sin dejar de ser nosotros mismos. Como ese hierro que metido en la fragua va progresivamente llenándose de luz y energía. Nuestra vida se convierte entonces, en cierto sentido, en una prolongación de la vida terrena de Jesús, porque Él vive verdaderamente en nosotros como el fuego en el hierro.
San Francisco de Sales solía decir que entre Jesucristo y los buenos cristianos no existen más diferencia que la que se da entre una partitura y su interpretación por diversos músicos.
La partitura es la misma, pero la interpretación suena con una modalidad distinta, personal; y es el Espíritu Santo quien la dirige contando con las distintas maneras de ser de esos instrumentos que somos nosotros.
¡Qué inmenso valor adquiere entonces todo lo que hacemos: el trabajo, las contrariedades diarias bien llevadas, los pequeños y grandes servicios, el dolor! Sí, Dios se complace en nosotros, porque en cada uno ve la imagen de su Hijo preferido.
Responsabilidad
Por el Bautismo somos hijos de nuestro Padre Dios, somos hermanos entre nosotros y al mismo instante somos corresponsables de esa vocación en la sociedad. El Bautismo nos impulsa en el camino de la Vocación a la santidad, es decir de luchar para ir al cielo, pero no se va allá sin ser buenos hijos aquí, y ser buen hijo de Dios aquí es hacerse cargo de la vocación terrenal que tenemos en la sociedad.
Si el Mundo, la Argentina, Tucumán, tienen crisis reales, también los católicos bautizados nos tenemos que preguntar qué responsabilidad tenemos en ellas. No basta ser habitantes, hay que ser ciudadanos, no basta quedarse la polis griega de los ciudadanos, el bautismo nos hizo hermanos, condición superior a las otras y esta nos obliga a ser cooperadores en la construcción de una sociedad que mire a los valores del bien común y del Evangelio.
Nuestra condición de hermanos en la fe fortalece nuestra común identidad de hermanos en la vida social. Este es el fundamento por el cual los cristianos debemos asumir las realidades temporales como el ámbito propio para aportar lo mejor de ser hijos de Dios por el Bautismo. En los tiempos difíciles los cristianos debemos dar las mejores cualidades de nosotros para ser coherente con el mismo compromiso de Cristo que asumió todo lo humano para redimirlo y elevarlo a una mayor dignidad. Que asumamos la historia aportando la riqueza de ser hijos de Dios por el Bautismo.